Para el año 1989, 47,5% de la población venezolana vivía en
pobreza crítica y un año después este porcentaje se incremento a 51,5%, debido
en gran parte al paquete de medidas económicas impuestas por el FMI, medidas que obligaron a gran parte de la población
venezolana a complementar su dieta con
alimentos para perros.
La pobreza en esa época llegó a tal extremo que a las madres
que no les alcanzaba el dinero para comprar suficientes nutrientes para darles
de comer a sus hijos, se vieron obligadas por la desesperación a darles comida
preparada con perrarina. Así lo evidencia un artículo publicado por Alicia Larralde
titulado “¡Mata el hambre con comida de perros! en el diario el Mundo:
«El lector se extrañará con este título pero es cierto que
nuestro pueblo que se encuentra hambriento se alimenta en los barrios con
“Perrarina” donde no hay nada que comer por la carestía de todos los artículos
de primera necesidad. Allí solo existe hambre, dolor y abandono. En días
pasados una mujer que trabaja por días en las casas vino a pedirme una ayuda
para una vecina madre de 7 hijos y que el hombre la había abandonado. La madre
desesperada de los niños recorrió muchos lugares pidiendo limosnas y fue muy
poco lo que consiguió, en una Arepera cerca de Petare le regalaron los sobrados
del día anterior, y en una Bodega le dieron un poco de pasta picada y una bolsa
con “Perrarina”. La mujer montó una lata con todos estos desperdicios en su
rancho donde los niños temblaban y lloraban de hambre y les hizo una sopa para
que pudieran comer y dormir tranquilos envueltos en sus miserables harapos»
Esta dura y triste etapa que vivió gran parte de la
población venezolana (incluida la clase media), también quedó documentada
por Earle Herrera en su libro “Caracas 9
mm: Valle de Balas”:
«Hay un hecho que nadie ha querido enfrentar. Decirlo duele
y avergüenza. ¡Cállate, por favor, no lo digas!, es la expresión que nos ataja.
Pero está allí, como un mordisco: en muchos hogares de nuestro país el sustento
básico consiste en alimentos para animales, principalmente perrarina. Es la
única forma de que todos los niños coman y la familia pueda sostenerse. El
bodeguero la vende y no pregunta; él bien sabe que los perros del barrio, los
que cantan su lóbrega canción en la honda tristeza de las noches, no comen
perrarina. Pero no pregunta. Vende y cobra en silencio. Y la familia come en
silencio. En un silencio que desde aquí abajo se siente y que, de vez en
cuando, estalla en las páginas rojas de la prensa. Por ahora estalla así».
Todo esto ocurrió bajo un gobierno “progresista”, y lo
traigo a colación para que no olvidemos (porque algunas veces los venezolanos
sufrimos de mala memoria) que los más nefastos gobiernos se escudan justamente en ese llamado “progreso” para cometer
grandes crímenes contra los pueblos y la humanidad.
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